martes, 5 de enero de 2016

El cuaderno de Bento – John Berger


Hay dos categorías de narración. Están aquellas narraciones que tratan de lo invisible y lo oculto, y están las que exponen y ofrecen lo revelado. Lo que yo –conforme a mi propio sentido, especial y físico, de esos términos– denomino la introvertida y la extravertida. ¿Cuál de las dos se adaptará presumiblemente mejor, de una forma más incisiva, a lo que sucede hoy en el mundo? Creo que la primera.
Porque sus historias parecen inacabadas. Porque entrañan la necesidad de compartir. Porque en su forma de relatar, un cuerpo se refiere tanto a un individuo como a un conjunto de individuos. Porque en estas narraciones el misterio no es algo que se vaya a resolver, sino es algo que se lleva con uno. Porque, aunque puedan tratar de una violencia, de una pérdida, o de una furia súbitas, no se quedan en lo inmediato, miran a lo lejos. Y sobre todo porque sus protagonistas no son actores, son supervivientes.
Si retomamos a Antón Chéjov, ¿qué significa todo esto en relación con el reto que él nos proponía? No ofrece una receta. Lo que ofrece es cierto tipo de lente para observar las historias que piden ser contadas.
La lengua viva, a diferencia de la literaria, está llena de interrupciones y nunca tienen un único hilo. Observen y escuchen el coro de acciones que se llevan a cabo simultáneamente. Acciones comunes que son tan impredecibles como los conflictos.
El cuaderno de Bento. Alfaguara. 2012

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